Mexico and the World
Vol. 7, No 3 (Summer 2002)
http://www.profmex.org/mexicoandtheworld/volume7/3summer02/prefacio_volumenI.html

Prefacio
 
 
Este libro es el primero de una serie de cuatro en que la Universidad Autónoma Metropolitana publicará las entrevistas de historia oral que James W. Wilkie y Edna Monzón Wilkie hicieron durante el decenio de los ‘60 a diecisiete personajes de la política mexicana.
 
El título genérico de la serie es Frente a la Revolución Mexicana, 17 protagonistas de la etapa constructiva, y el individual de cada volumen es el siguiente: I. Intelectuales, II. Ideólogos, III. Líderes políticos y iv. Candidatos y Presidente. El plan de la obra presenta los nombres de los entrevistados que aparecerán en los tres volúmenes restantes y puede verse en la página ##. La distribución de las entrevistas bajo cuatro breves títulos es una convención editorial: en mayor o menor medida, las diecisiete personas fueron intelectuales, ideólogos y líderes políticos; la única denominación distintiva es la cuarta, que agrupa a quienes aspiraron a la Presidencia de la Repú­blica.
 
Diez de estas entrevistas han permanecido inéditas durante tres decenios; las otras siete se publi­caron a mediados de 1969, en México visto en el siglo XX, entrevistas de historia oral, un singular tomo de 770 páginas cuya aparición fue insólita por varias razones: En México no se había pu­blicado antes un conjunto de entrevistas de Historia Oral de personas prominentes en la vida pública; por primera vez las entrevistas alcanzaban ese grado de extensión y profundidad; nin­guna edición anterior había agrupado material de primera mano sobre siete personajes de tal significación, y nunca antes un grupo de investigadores extranjeros había ganado la confianza de personas tan declaradamente nacionalistas como la mayoría de los entrevistados, quienes ade­más, representaban posiciones diversas y, en algunos casos, antagónicas entre sí.
 
Hoy en día, estos testimonios se suman a los que documentan y amplían la creciente conciencia política de la sociedad mexicana con el conocimiento de nuestra historia reciente, así como de los modos de operar del Estado y de algunos aspectos de la lógica que los rige, pero es preciso ponderar el efecto de un libro de esta índole en 1969, cuando no existía el espacio en que la so­ciedad civil de nuestros días despliega sus inquietudes ni eran prácticas comunes el afán de vera­cidad de la prensa o la franqueza declarativa de quienes intervenían o habían intervenido en po­lítica. El país vivía un clima represivo y, en aquellos meses posteriores a la matanza de Tlate­lolco, el régimen mantenía un fuerte control sobre los medios.
 
El libro de los Wilkie, así como Los hijos de Sánchez, el testimonio antropológico de Oscar Lewis aparecido a principios del mismo sexenio, contribuyeron a recuperar la práctica de llamar pan al pan y vino al vino en la literatura impresa del país; valor que caracterizaba a las publica­ciones del siglo XIX y de los primeros decenios del presente, pero que fue anulado paulatina­mente, a medida que se impusieron, sucesivamente, las versiones oficiales sobre los hechos y la retórica gubernamental para referirse a todo asunto público.
 
Una reacción afín al ánimo oficial ante la forma de historiar de los Wilkie y sus entrevistados la expresó el BIP, Buró de Investigación Política, un boletín que editaba y hacía circular por suscripción el periodista Horacio Quiñones. He aquí los primeros párrafos de la edición del 21 de julio de 1969:


 
Asqueroso, baboso, tortuoso, torpe, repulsivo, taimado, nauseabundo, estúpido, despreciable, sandio, estulto, infame, ignorante y mentiroso; todo eso, y mucho más, es el libro que acaba de aparecer en las librerías (100 pesos) titulado México Visto en el Siglo XX, producto de la audacia tan insidiosa como irresponsable de un matrimonio gringo y, qué vergüenza, al malinchismo aflorado repentinamente en nada menos que las siguientes personas:


 
Don Ramón Beteta 
Don Marte R. Gómez 
Don Manuel Gómez Morín 
Don Vicente Lombardo Toledano 
Don Miguel Palomar y Vizcarra 
Don Emilio Portes Gil
Don Jesús Silva Herzog.
 


Mr. James W. Wilkie y su esposa, doña Edna Monzón de Wilkie, vieron un día, con asombro, el éxito de librería que estaba teniendo un taimado “sociólogo” norteamericano con un infame pastiche supuestamente armado con “grabaciones” en cinta magnetofónica, y se les ocurrió una genial idea: ¿por qué no acudir a entrevistar, no a la hez de la sociedad mexicana, sino a su “mejor” nivel o capa? ¿Por qué no usar a los intelectuales mexicanos para “grabarlos” y hacer con ellos una fortuna? (Lo harán, sin duda alguna). ¿Para qué otra cosa pueden servir los mexicans, si no es para “material” de la sociología norteamericana, empeñada en investigar a fondo las sociedades primitivas? Si ya estaban registradas las porquerías de “los hijos de Sánchez”, ¿por qué no hurgar en las de “los papás de Sánchez”?

 
...


 
Nuestra experiencia personal de más de 25 años como periodistas profesionales, nos autoriza a afirmar que nunca un mexicano del rango de los mencionados ha accedido a hacer declara­ciones del tenor de las que han consentido en grabar...
 
Es verdad que algunos de los que se hallan en este libro nos han hecho a nosotros declaraciones seme­jantes y aún peores que las que aquí figuran; pero esto ha sido con la invariable adverten­cia: “Le ha­blo al amigo, no al periodista”. Pero no se crea que la advertencia haya sido, si­quiera, necesaria. El periodista mexicano que reprodujera todo lo que le dicen, no duraba en el oficio ni una semana: se le cerrarían todas las puertas... [1]


 
La extensión del libro obligó al señor Quiñones a leerlo en más de una semana, de tal forma que se ocupó de la segunda parte en la siguiente edición de su BIP [2] . Entre los comentarios que agregó aparecen estos, donde nos completa la visión del efecto que produjo México visto en el si­glo xx con elementos que no esconden ingredientes como la suspicacia y la paranoia que gravi­taban sobre aquel ambiente:


 
Como ya dijimos la semana pasada, se puede y aún se debe pensar que el matrimonio Wilkie, reali­zador de las sensacionales entrevistas grabadas hoy y transcritas a la imprenta, es un “tim” de agentes provocadores de la CIA. La lectura de la segunda porción del grueso volumen sólo confirma esa impre­sión. Se trata en todo él, de lograr un objetivo muy interesante, a sa­ber: descubrir cuáles fisuras puede haber en nuestro organismo social.
...
 


Los laboratorios psicológicos y sociológicos de la CIA ya deben estar trabajando desde hace tiempo con el material que les fué (sic) proporcionado por los Wilkie, incluyendo alguno no publicado en esta edi­ción, y alguno otro no publicado en ninguna parte. Pero nosotros, caren­tes lo mismo de la informa­ción completa sustraída con tanta habilidad por los aventureros con grabadora, disfrazados de “sociólogos” competentes, como del instrumental técnico apro­piado para analizarla, tendremos que conformarnos con algunos de los datos más elementales de juicio de los exhibidos por los Wilkie.
 
Es obvia la cerrazón e incivilidad que abunda en una reseña como la anterior, ilustrativa del clima social de una etapa que, por fortuna, hemos superado.
 
Entre sus numerosas afirmaciones gratuitas, el BIP sugiere que el trabajo de los Wilkie fue el de unos oportunistas interesados en hacer negocio. Lo cierto es que el interés de James W. Wilkie por la historia oral proviene de su adolescencia en las montañas del estado de Idaho, donde sus pa­dres llevaban a la familia a pasar el verano a una cabaña entre los bosques, en una región donde la nieve impedía el acceso los ocho o nueve meses restantes del año, y sólo la habitaban viejos muleros y mineros, quienes se habían abierto el paso en busca de oro y piel o carne de di­versos animales.
 
“Allí vivían montañeses como los pioneros, quienes alrededor de 1900, con ocho mulas iban de mina a mina. Esa actividad perdió importancia después que pasó, hacia 1910, el boom de la bús­queda de oro en Idaho y surgió el desa­rrollo silvícola, pero estos ancianos se quedaron ahí vi­viendo y casi no tenían contacto con na­die. Mi hermano, mi primo y yo andábamos a caballo, durante meses de los años de 1945 a 1952, para ver las montañas, y nos gustaba oír los cuentos de lo que había pasado allí.
 
“¡Well... I was up there, fresh air’n blue lake, Blue Point Lake, and I saw a deer’n I shot it’n got two deer at once but I fell down the hill into a creek and I laid there about three days. ‘Thought I was dead.
 
“Siempre había tenido interés en hacer grabaciones. Fui el primero entre la juventud en la High school de Idaho en tener grabadora —de hilo en esos días—, y fui el director del programa de radio de la escuela. Y con esa experiencia de haber grabado a tantas personas hablando de cómo era vivir en las montañas y ese tipo de cuentos, bajo mi dirección hicimos grabaciones y las presen­tamos en el programa.
 
“Como yo era demasiado joven para participar en la guerra de Corea, en la Oficina de Recluta­miento me concedieron permiso de no ir al ejército porque los que tomaron la decisión de quién debía forzosamente ir o no, creían que en un estado plural, y había tan poca gente de Idaho en la univer­sidad que alguien debía estudiar, por eso tuve la suerte de ser de los pocos en Idaho que no tuvieron que ir al ejército.
 
“En la época del macartismo yo quería salir de Idaho y escapar de la mentalidad de la gente, que era muy conservadora —muchos pensaban que ‘intelectual’ era el equivalente de ‘comunista’. Hubiera querido salir del país y buscar algo nuevo, pero no era factible en ese momento. Mis padres se asustaron cuando hablé de ir a México. Entonces fui a la Universidad de California del Sur con la idea de convertirme en director de cine, pero al poco tiempo salí de Cinematografía para estudiar Historia, siguiendo mi interés en continuar entrevistando a las personas que ha­bían tenido experiencias singulares en el pasado reciente. Y después de un año entre el smog y el elevado costo de la vida en Los Angeles, mis padres se dieron cuenta que no era tan mala idea que fuera a México.
 
“Llegué a México en 1955 para cursar mi licenciatura en Ciencias Sociales en el Mexico City Co­llege. La Ciudad de México en los cincuenta era diferente a la de ahora, era un mundo sin autos. Si se va a La Habana, Cuba hoy, ahí se tiene una idea de lo que fue México en los cincuenta, donde el aire era muy claro. Había escogido el Mexico City College —hoy University of the Americas— porque era el único lugar fuera los Estados Unidos aprobado por una asociación de acreditación de estudios universitarios. De esa manera, en 1958 pude estudiar y viajar a Centro­américa mientras viví en Costa Rica.
 
“Fui a Berkeley en ‘58 para obtener la maestría. Mi tesis de maestría la escribí sobre el conflicto ideológico en la época en que Lázaro Cárdenas era gobernador de Michoacán, y sobre cómo llegó a la presidencia. Yo trataba de mostrar que Cárdenas siempre fue independiente y no iba a ser manipulado por Calles. Fue cuando empecé a leer, por ejemplo, los libros de Chávez Orozco y su experiencia en Michoacán, y La práctica de la educación irreligiosa de Germán Liszt Arzu­bide. Y después de sacar mi maestría en Berkeley, en 1959 regresé a mi plan de seguir viviendo en la Ciudad de México.
 
“Con una beca otorgada bajo el Tratado de Río de Janeiro para facilitar el intercambio de estu­diantes de las Américas —lo que es ahora la Fulbright— viví en México el ‘60 y ‘61 tratando de se­guir las pistas de Cárdenas. Resultó una experiencia muy frustrante, porque daba con archivos y papeles muy mal organizados. Era muy difícil entender estos años.
 
“En medio de todo eso, yo había leído los libros de Oscar Lewis. Cinco familias [3] que pu­blicó en 1959, y el libro sobre la familia de Sánchez, que era una de las cinco familias, apareció en 1961. Entonces, impresionado por Oscar Lewis, al regresar a Berkeley en ‘62 para presentar los exá­menes del doctorado antes de venir a México para seguir mi investigación, empecé a pensar otra vez en la Histo­ria Oral. La metodología de Lewis sería útil para grabar memorias, nada más que en vez de la familia Sánchez, sería la familia revolucionaria y sus opositores, si grababa los tes­timonios de los viejos, que de otra manera se iban a perder.
 
“El hecho de que fuera yo el único de mi generación que había te­nido experiencia en América Latina en Berkeley, facilitó mis investigaciones sobre la historia contemporánea de México. En­tonces fue muy fácil tener acceso a todos los niveles del profesorado en la Universidad de Cali­fornia, Berkeley. No tomé muchos cursos; estudiaba en cursos independientes para poder viajar e ir a México constantemente.
 
“Mi idea de usar la Historia Oral como metodología para grabar las memorias de los hombres de la Revolución y sus opositores fue respaldada por George Hammond y James F. King, mis pro­fesores. Hammond y King eran profesores de prestigio. George Hammond, quien era además el director de Bancroft Library, reconoció y dio un fuerte impulso a mi proyecto porque tenía presente que HubertHowe Bancroft, el fundador de la famosa Bancroft Library, era historiador oral en el siglo XIX. (Bancroft había registrado la historia del oeste de los Estados Unidos, pero no con grabadora, sino tomando notas. Y había escrito libros con testimonios de los par­ticipantes en la ocupación de la tierra y la apertura de California, la construcción del estado, es­pecialmente después de 1848.) Hammond nos dio los fondos para realizar las transcripciones de historia oral.
 
“También me ayudó con sugerencias para la realización de estas entrevistas el profesor Woodrow Borah. Borah era historiador, pero como en un mundo tan con­flictivo como Berkeley no podía ser profesor de Historia, lo fue de Análisis de Discursos en un departamento separado que ya no existe, donde estudiaba discursos de los líderes del mundo, para ver cómo construyeron sus ideas. Nunca tomé su curso, pero viajé por México con él y siempre platicábamos sobre el enfoque de mis investigaciones sobre Cárdenas y su presidencia.
 
“Llegué a México en ‘62 para escribir mi tesis. Durante el verano de aquel año, cuando residí en la Quinta Zipecua —la casa del general Francisco J. Múgica a las márgenes del lago de Pátzcuaro— para hacer investigaciones sobre Cárdenas en el Archivo Múgica, encontré una razón más para utilizar la historia oral.
 
“Cárdenas tenía fama —y la costumbre— de no escribir nada. En el archivo de Múgica había mu­chas comunicaciones como ésta, de Lázaro Cárdenas a Francisco Múgica: “Querido Francisco: con esta nota viene un mensaje oral que va a contar el capitán Tal y Tal; favor de contestar, no por es­crito”
 
“Traté de entrevistar a Cárdenas en ‘62. Yo esperaba que me ayudara Frank Tannenbaum, el famoso amigo de Cárdenas, historiador de Columbia Univer­sity, que escribió varios libros so­bre México en los veinte y los treinta.
 
“Frank Tannenbaum siempre se quedaba en el hotel Regis. (To­dos los historiadores tenían su hotel favorito. Woodrow Borah, por ejemplo, llegaba a El Em­porio; Stanley Ross, al Hotel de México; Howard F. Cline y yo, años más tarde, al hotel del Prado, por estar cerca de los mura­les de Diego Rivera.)
 
“Fui a la Ciudad de México para tratar de convencer a Tannenbaum sin éxito. Lo llamé a su ho­tel, le hablé acerca del proyecto y le pregunté si podría ayudarme a convencer a Cárdenas de que me concediera la entrevista, o hacerlo en conjunto, y me dijo: —Sólo Dios puede ayudarle, yo no puedo hacer nada. Yo no hablo acerca de la historia con Cárdenas. El y yo andamos a caballo por el campo, hablamos de hoy y no tocamos ningún tema controversial.
 
“La verdad es que los amigos no hablan de la historia. Los amigos conocen sólo trozos de la bio­grafía del otro, pero no hablan en forma sistemática acerca de sus vidas. No sólo no tienen tiempo, sino que para hacerlo tendrían que encontrar lugar donde pudieran platicar con tranqui­lidad, lejos del teléfono y de reuniones pendientes. Tampoco se pueden realizar entrevistas con cierta profundidad cuando una persona está en el poder porque no tiene tiempo y las presiones a que está sujeto son demasiadas.
 
“Cuando estuve viviendo en Pátzcuaro con la familia Múgica, por medio de Cuauhtémoc conse­guí una entrevista con el general Cárdenas, pero él no quiso hacer una grabación. Dijo: —Yo no puedo de­cir nada porque mis palabras tienen un impacto demasiado grave; todos leen en mis pa­labras otra cosa, lo que quieran. Entonces tengo que hablar con mucho cuidado y además nunca puedo dar una entrevista grabada a un historiador no mexicano porque sería antinacionalista. Lo que puedo hacer es contestar por escrito a sus preguntas y podemos via­jar juntos en una gira por Michoacán.
 
“Y así lo hicimos.”
 
En 1962 James Wilkie y Edna Monzón se conocieron en la Universidad, un año antes de que se realizara el proyecto de Historia Oral sobre el México Contemporáneo. Ella estudiaba Litera­tura Francesa. “Me consideraba una persona interesada en las Lenguas —comenta Edna— y siem­pre me había interesado la Historia, pero nunca pensé que me iba a dedicar a hacer entrevistas de historia oral. Conocí a Jim cuando se estaba preparando para el doctorado, estaba haciendo contacto en Michoacán y me pareció fascinante toda la idea. Fue cuando empecé a leer con él todos los libros de México.”
 
James Wilkie: “Edna y yo llegamos a México en septiembre de 1963, para entender mejor la pre­sidencia de Cárdenas, todo alrededor de cómo surgió Cárdenas y la importancia de la época de Cárdenas. Ese fue el enfoque principal. Y todavía en el decenio de los sesenta, al hacer las entre­vistas, Cárdenas era el eje, el hombre más importante, la fuerza moral de México. Lo era —aunque no dijera nada— con su Movimiento de Liberación Nacional, o cuando trató de viajar a Cuba para estar con Fidel y se lo impidió el presidente López Mateos.”
 
El recuerdo de Edna Monzón aporta algunos datos de circunstancia: “Cuando llegamos aquí re­cién casados, disponíamos de una beca de Jim y teníamos muy poco dinero, me parece que eran dos mil dólares para todo el año. Entonces el peso estaba a doce cincuenta por uno y me acuerdo que cuando yo tenía cien pesos en la mano podía hacer bastante con ese billete. Vivía­mos muy modestamente, en un apartamentito.”
 
Al referirse a las ventajas que favorecieron su proyecto, así como las reservas que tuvieron que vencer, explican:
 
James Wilkie: “El hecho de que viniéramos de fuera nos facilitó la obtención de las entrevistas, ya que el personaje entrevistado no tenía que pensar: “Bueno, ¿qué grupo representan?” Hubiera sido muy difícil para un mexicano obtener la misma apertura porque la idea en ese entonces —y persiste en toda Latinoamérica— es que toda persona representa a un sector de la sociedad, a un grupo. “¿A qué grupo intelectual o político pertenece?” Mientras que a los extranjeros se les concibe como ajenos a esos prejuicios internos. Esa es la idea. Aunque había quien sospechaba de la CIA, eso hoy no tiene importancia; la CIA —ya se conoce— no tiene ni inteligencia ni capa­cidad para hacer nada. Edna, mi esposa, hacía los contactos iniciales por teléfono. Fue excelente para eso.”
 
Edna Monzón: “Al principio no era tan fácil; había que hacer un contacto inicial. Era yo quien llamara por teléfono para conseguir la cita. Ese contacto inicial fue importante que lo hiciera yo precisamente porque siendo latinoamericana sabía cómo plantear el asunto. Lo exponía un poco atrevidamente, porque decía que veníamos de Berkeley con un proyecto de historia oral y que deseábamos incluirlos, que no queríamos que su testimonio faltara en nuestra serie.
 
“Al principio se mostraban siempre un poco dudosos, pero nos daban finalmente la cita. En rea­lidad ayudaba el hecho de que no era nada más un gringo sino que iba también una guatemal­teca. Que viniéramos los dos inspiraba cierta confianza. Culturalmente los guatemaltecos tene­mos mucho en común con los mexicanos; yo me sentía muy cómoda aquí en México, así es que ayudó el hecho de que yo me sintiera muy a gusto en la cultura. Por ser jóvenes extranjeros, nuestra participación era poco amenazante, ya que no teníamos conexión alguna con ningún grupo político o intelectual mexicano.”
 
James Wilkie: “Siempre estábamos listos para entrevistar en cualquier momento al personaje que nos concediera una entrevista. Por ejemplo, Edna llamaba a Lombardo y le decía: —Somos los Wilkie, de la Universidad de California, Berkeley, estamos realizando un proyecto de Histo­ria Oral para la Bancroft Library, de grabar las memorias de los líderes mexicanos y archivar su voz. ¿Podemos hablar con usted en su casa o en su oficina? —y finalmente nos concedían la pri­mera entrevista.”
 
Los Wilkie tienen motivos para recordar su carcacha, así como la grabadora que entonces utilizaron. Recuerda Edna: “Todos los días salíamos en nuestro carro, era un Ford cin­cuenta y cuatro de color amarillo canario. Recuerdo que tenía agua atrapada en la carrocería que se oía remo­linear cada vez que arrancaba o paraba. Y en ese carrito íbamos por todo México con una enorme grabadora que con el tiempo a Jim le arruinó la espalda, porque era de un peso increíble.”
 
James Wilkie, a su vez, precisa: “Yo había traído a México una grabadora grande —en esta época no existían las grabadoras portátiles—, del tamaño de una maleta. Grabamos todo en cintas muy largas de cuatro canales, por­que como pobres estudiantes que éramos no teníamos mucha cinta, era muy cara. Entonces lo que hicimos fue no hacer uso del sonido estereofónico y en cada canal grabábamos a una per­sona diferente, de modo que en la misma cinta teníamos las voces de Lombardo, Padilla y Gómez Morín.
 
“El plan fue comenzar con Muñoz Cota, a quien le gustó la idea de dejar algo escrito porque él había sido el gran orador de México y había logrado mucho éxito en la tribuna. En ese entonces el Mano­lete del discurso —como dice Aguilar Zínser ahora de Muñoz Ledo— era Muñoz Cota, quien todavía tenía sus discípulos ahí consigo, practicando para hacer su discurso, porque así se ganaba fama en esos días. El que podía dar el mejor discurso entre todos, ganaba el concurso de Oratoria. Pura retórica, no siempre te­nían algo qué decir acerca de la política o de la economía de México, pero lo que contaba era la manera de expresarse poéticamente, con gestos, etcétera.
 
“Recuerdo que al principio, Lombardo fue muy suspicaz. Pensaría: —¡Ah, gente de la CIA! Y quieren hacer grabaciones de un hombre como yo. —Pero viéndonos tan jóvenes, en ese carro tan flamante, que los agentes de la CIA no usaban, y además, comenzando las entrevistas con preguntas sobre temas como el de la familia, el lugar de nacimiento y el origen e historia de los padres o sobre cómo era la vida entonces, sin tocar temas del momento, era obvio que no éra­mos de la CIA.
 
“El propósito de la metodología empleada en estas entrevistas fue hacer posible la confronta­ción de ideas entre personajes que no se veían ni se comunicaban desde hacía tal vez veinte años, ha­ciéndoles preguntas sobre los mismos acontecimientos, los cuales veía cada quien (digamos, Juan Andreu Almazán y Luis L. León) desde su propio punto de vista.
 
“De esta forma anduvimos llevando, a veces implícitamente, un debate intelectual entre muchas personas que no habían hablado entre sí por años. Le planteábamos una pregunta a un entrevis­tado, confrontándolo con las ideas expuestas por un opositor. Las diferentes interpretaciones de un mismo evento nos ilustraban el hecho de que no existe una verdad absoluta en la historia. Hay nada más ciertos niveles de conocimiento y era obvio muy pronto que las verdades depen­dían, como en la familia de Los hijos de Sánchez, del punto de vista de cada personaje. Encontra­mos que en general los líderes no estudian el pasado para ver lo que han dicho los historiadores acerca de su actuación. Los líderes van a sostener su manera propia de pensar y resisten los cam­bios en la interpretación que no hayan hecho ellos por su cuenta. A veces hacen cambios en sus interpretaciones, pero generalmente los hacen para proteger su autoimagen.
 
“El lunes estábamos con Abascal, el miércoles estábamos con Luis Chávez Orozco y entre esos días buscábamos estadística. Aislados así con cada uno de nuestros entrevistados, enfocando so­bre Calles y Cárdenas y la agenda para la Nación, cubríamos la época constructiva de los dece­nios de veinte y treinta y la manera de construir el país de Calles y su grupo, y Cárdenas y su grupo, pero sin hablar direc­tamente del tema de Calles y Cárdenas y el papel de Cárdenas en la historia, sino más bien en­trando al tema a través de la historia biográfica de los actores políticos.
 
“Con Almazán hablamos acerca de su rivalidad con Cárdenas y Rodríguez y Amaro desde mu­chos años antes; hablamos acerca de la campaña de cuarenta, de quién iba a ser secretario de De­fensa si hubiera llegado a la Presidencia, etc. Pero también hablamos acerca de sus campañas en los veinte y cómo llegó a ser general y a ser incorporado al ejército, de la misma manera que el gobierno ahorita está tratando de incorporar al Ejército Zapatista: darles el poder en la región, como le dieron a Almazán en el noroeste de México; hacerlo general ahora y después saber cuántas tropas tenía; darles la capacidad y la responsabilidad de mantener orden y tener contacto con el gobierno central. La misma estrategia. Es la tradición en México.
 
“Con Chávez Orozco y List Arzubide, por ejemplo, hablamos acerca de la época de la gubernatura de Cárdenas en Michoacán, del enfrentamiento que tuvo que venir. Luis Chávez Orozco nos dio su colección completa de recortes de periódicos, los que revelaban que Cárdenas y Ca­lles iban a chocar.
 
“Tuvimos el apoyo de Jesús Silva Herzog que captaba la importancia del proyecto y, cono­ciendo el valor de la obra de Oscar Lewis, nos ayudó a conseguir citas. Don Jesús nos puso en contacto, por ejemplo, con Marte R. Gómez, el economista más importante desde los veinte hasta los cincuenta, quien había sido Secretario de Economía de Cárdenas y Avila Cama­cho.
 
“La mayoría de las entrevistas las hicimos en ‘64 y a principios de ‘65. Después nos dedicamos a hacer las transcripciones y a enviarlas desde los Estados Unidos para obtener correcciones.”
 
El resguardo y clasificación de las cintas magnetofónicas, que constituyen propia y originaria­mente la Historia Oral, así como el proceso de transcripción y edición de las entrevistas para aumentar la posibilidad de difundirlas, son asuntos cuya importancia merece una exposición que rebasa los propósitos de este prefacio, no obstante, resulta elocuente el testimonio de Edna Monzón sobre los pormenores que ocurrieron con el material en que se funda esta serie de li­bros:
 
“Las cintas de México las depositamos en la biblioteca Bancroft, en la Uni­versidad de California. En esa época quien empezó a hacer muchas de las transcripciones en Berkeley fue Trudy Mon­zón Titus, mi hermana.
 
“El Centro de Historia Oral surgió cuando terminamos la primera fase de las entrevistas de esos dos años —porque volvimos en años subsecuentes a varios países a entrevistar a muchos persona­jes, especialmente en Sudamérica—. Cuando Jim obtuvo su primer trabajo en Ohio State Univer­sity, como profesor, propuso que se le concedieran medios para hacer un programa de Historia Oral en Columbus y la administración de Ohio State nos apoyó. Pero no nos atrevíamos a con­fiar las cintas a nadie. Todo este material era muy delicado, todavía no teníamos permiso de to­dos los entrevistados para que se publicara y no sabíamos cuándo lo obtendríamos.
 
“Además del material sobre México, reunimos entrevistas con otros personajes en Sudamérica como Víctor Paz Estenssoro y José Figuéres. Sus memorias están listas, pero no se han publi­cado porque siempre han dicho: —Pospongan la publicación hasta después de las siguientes elec­ciones, o el siguiente período presidencial, y siem­pre hemos respetado eso. Entonces ese mate­rial es muy delicado.
 
“En el año de 1966 nos trasladamos de Berkeley a Ohio State University con nuestro programa de Historia Oral. Necesitábamos a una persona de nuestra entera confianza para hacerse cargo del programa mientras nosotros seguíamos nuestra investigación. Invitamos a mi padre, Jorge E. Monzón, quien residía aún en Berkeley, a que llegara a dirigir toda la operación del programa, cuidara de las cintas que contenían material delicado y dirigiera el proceso de transcripción en Columbus. Más tarde, Trudy Monzón, mi hermana, se unió a nuestro esfuerzo, ayudándonos también con la transcripción de las entrevistas.
 
La intromisión de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) era una suspi­cacia la­tente que pesaba en el ánimo de América Latina frente a todo afán de estudio prove­niente de Norteamérica, pero donde realmente la CIA intentó penetrar fue sobre la materia prima del trabajo de campo de los Wilkie:
 
“En el año de sesenta y siete, allá en Columbus, Ohio, teníamos las cintas y estábamos haciendo transcripciones —recuerda Edna Monzón—. El libro no había salido a la luz, pero como la CIA a veces no tenía que hacer, se estaba metiendo en todas partes. Alguien les debe haber dicho que había ma­terial nuevo sobre la política mexicana y que revelaba cosas quizás internas que no se conocían, para que ellos decidieran visitarnos. Fue una sorpresa para nosotros.
 
“Dos personas llegaron a la casa con no sé que excusa para platicar con noso­tros. Nos sorpren­dió que les interesara la Historia Oral, y nos dijeron que si nos importaría que tuvieran una co­pia de esta Historia Oral, o que la revisaran. La verdad, ese material no era para que nadie lo viera todavía, todo estaba enteramente vedado.
 
“Les dijimos a los agentes de la CIA categóricamente que no teníamos ninguna intención de que las entrevistas salieran a la luz antes de que cada personaje entrevistado nos hubiera dado su ve­nia para la publicación, y que de ninguna manera podían verlo. Les explicamos que las entrevis­tas eran de interés puramente histórico, y que de todos modos ellos no tenían ningún derecho a pedírnoslas. Así paramos a la CIA, pero sí, hicieron el intento. Es obvio que esta agencia se metía en todas partes y por eso existía cierta paranoia en todo el mundo hacia ella.
 
“La etapa de transcripción duró años. La grabación de las cintas quedó intacta. Al transcribirlas se hacían cambios mínimos. Si había una equivocación gramatical o sintáctica en una oración, se corregía, porque no es lo mismo hablar que escribir. Algunos comienzos falsos se eliminaban. Pero se trataba de dejar todo lo dicho por los entrevistados. Fue un proceso largo porque des­pués teníamos que mandar las transcripciones a los personajes a que las leyeran, alentándolos a que hicieran correcciones —sin embargo, no hacían ningún cambio que alterara el contenido—. Nos pareció asombroso las pocas correcciones que los entrevistados hicieron en sus relatos.”
 
 
Por razones históricas, sociológicas, metodológicas, geográficas e inclusive de impacto emocio­nal, el material de México visto en el siglo XX —que ahora reedita y amplía la serie Frente a la Re­volución Mexicana, 17 protagonistas de la etapa constructiva»— se asocia a las obras de Oscar Le­wis, y en particular a Los hijos de Sánchez.
 
Las páginas anteriores documentan esta asociación desde dos puntos de vista, el de algunos lec­tores y el de los autores; el primero, ilustrado por la reseña de Quiñones, también condenó el trabajo de Lewis [4] ; el segundo entraña un reconocimiento ex­preso al trabajo ejemplar del antro­pólogo neoyorquino, cuya técnica de grabar entrevistas como medio de investigación les sirvió de estímulo y les mostró temas, enfoque y metodología.
 
Conviene recapitular las coincidencias en la metodología de investigación y registro de informa­ción a que han recurrido James Wilkie y Edna Monzón, por un lado, y Oscar y Ruth M. Lewis, por otro. En ambos casos, en los varones surge la inquietud, son quienes diseñan el proyecto de investigación y conducen las entrevistas. Ruth reconocía abiertamente que el poseedor de la pre­sencia capaz de subyugar y de la curiosidad sin límite como motor para inquirir al informante eran las de Oscar. Sobre este asunto, Edna observa: “No era tan atrevida como él; yo le tenía un poco de miedo a la grabadora”. El afán de interferir lo menos posible con su voz un monólogo extenso que la cinta magnetofónica estaba registrando, convirtió las expresiones faciales de Os­car en una especie de batuta para estimular y obtener la declaración. Sus grandes ojos azules cri­ticaban incrédulos o aprobaban con asombro un tema interesante, y así como Oscar lo hacía, Jim explota su sonrisa para conquistar simpatía y confianza de sus interlocutores, sean o no in­formantes.
 
Tanto la investigación antropológica de los Lewis como la de Historia Oral de los Wilkie rigen la entrevista por un plan y la conducen mediante un cuestionario básico, con un enorme grado de versatilidad para registrar el tema de interés o el flujo de la corriente de asociaciones del in­formante. En el caso de la entrevista de Historia Oral, nos dice Edna Monzón: “...preparábamos juntos los temas que se iban a tratar, el orden que íbamos a seguir cuando se acabara la conversa­ción, por dónde íbamos a tratar de volver al hilo —porque dejábamos que los entrevistados ha­blaran en una tangente si querían hacerlo, de eso se trataba. Pero si se deja a una persona hablar en un monólogo sin un intercambio, pierde el interés, siempre hay que volver al hilo del tema.”
 
La estrategia para formular preguntas es otro aspecto esencial que establece, al mismo tiempo, semejanzas y sutiles diferencias entre la entrevista de Lewis con personajes marginados y la de los Wilkie con personas prominentes. A pesar de que en un principio, por razón natural, la ge­neralidad de los entrevistados se encuentran tensos y tienden a mantenerse en guardia, vale decir que en los interlocutores de Lewis predominaba una sensación gratificante que mitigaba la ca­rencia de atención y reconocimiento en que vivían. En cambio, en los entrevistados de Wilkie había la conciencia clara de que los habían buscado precisamente por su desempeño en la vida política y cultural. Y no eran solamente los Wilkie quienes se interesaban por interrogarlos; muchos de ellos vivían sujetos a una especie de asedio permanente por parte de periodistas y de estudiantes de todo rango. Cuenta Edna Monzón:
 
“A veces en la antesala de algún entrevistado nos encontrábamos con jóvenes investigadores, mexicanos o estadounidenses, que nos advertían que sería difícil lograr el tipo de entrevistas que pretendíamos, ya que ellos encontraban casi imposible que figuras políticas de ese nivel quisie­ran responder a preguntas de carácter controversial. Nos dimos cuenta que este problema obe­decía a la manera abrupta con que se lanzaban a tocar temas delicados, los cuales requerían abordarse hasta haber ganado la confianza del entrevistado.”
 
En este sentido fue particularmente útil el enfoque autobiográfico de la entrevista antropológica para los fines de la historia oral. Precisa Edna Monzón:
 
“Entrevistábamos de manera biográfica y no amenazante. A veces transcurrían dos sesiones sin tocar la política, nada más hablando sobre los antecedentes de familia. Cuando íbamos cono­ciendo mejor a la persona, entonces sacábamos los temas clave que todo el mundo les quería preguntar. En cambio la mayoría de la gente lanzaba súbitamente preguntas sobre temas delica­dos.”
 
Lewis fundaba la entrevista profunda en el análisis de cuestionarios previos, en una historia la­boral, una historia de los lugares de vivienda y una genealogía de los personajes. Por su parte, el gran recurso de James Wilkie para obtener versiones y valoraciones sobre temas de la historia reciente y la política, más allá del trazo autobiográfico, fue la preparación de sus entrevistas me­diante el estudio y el análisis de hechos tan contundentes como el gasto público.
 
“Participar en esos diálogos con los personajes de esa época fue para nosotros muy interesante —nos informa James Wilkie—. El problema que surgía antes de cada entrevista era: ¿Cómo vamos a comenzar hoy? Empecé a encontrar estadística muy dispersa sobre el número de huelgas o de la inflación, etc., de periodos largos, que yo ponía en orden para entender trayectorias y así ha­cer una inter­pretación sobre datos para, a la misma vez, hablar de los datos con los entrevistados y presentár­selos en forma de hipótesis. Por ejemplo, les decíamos: “Unos historiadores —no Wilkie— dicen que esto y esto pasó y aquí está la estadística ¿cuál es su opinión?” Y ellos respon­dían, (como Lombardo): “Sí, tiene usted razón en esto y esto, pero no en esto; hay que poner énfasis en otro hecho.”
 
“Eso fue al principio; conforme fui avanzando y construyendo un índice de pobreza, entonces podíamos plantearle al entrevistado el índice de Wilkie para recibir sus críticas u observaciones y entrar en otra discusión. Pero siempre les presentábamos los temas controversiales con pre­ámbulos como “Unos dicen...” o “Considero muy discutible...” —¿Y cuál es su opinión de... ?, Lo importante era grabar la opinión de los actores.
 
“Yo había formado una historia del presupuesto mexicano año por año, renglón por renglón, ministerio por ministerio. Había concluido eso cuando me di cuenta que existía la Cuenta Pú­blica, no publicada y de consulta muy restringida, y encontré que cada año podía comparar lo proyectado con lo ejercido.
 
“Yo hablaba con los entrevistados acerca de lo que estaba encontrando en la estadística y esto tenía un significado para ellos. Beteta, por ejemplo, se refirió a la corrupción, tema del que yo no po­día haber preguntado sin tocar la estadística, para ver cómo funcionaba el gobierno. En­tonces, la estadística proveía un respaldo para apoyar las preguntas.”
 
“El encuentro de esos datos ocurrió en un momento de lucidez, pero a veces digo que la historia oral es como arena movediza que se hunde bajo los pies: uno siempre anda como Robert Red­field, con los ojos vendados por su hipótesis o por su metodología. Yo usaba los tomos rojos de la cuenta pública, pero al lado estaba un tomo azul del mismo año. Y trabajando con tanta prisa para ver todos los años, nunca miré ni eché ojo a los azules.
 
“Terminé mi trabajo y regresé con el libro ya publicado sobre el presupuesto de gasto público [5] para seguir mi investigación y comprobar algunas cosas. Y pensé “¿Utilizaré los tomos rojos o los azules?” Esta vez decidí utilizar los azules y allí, en cada tomo azul encontré el análisis que me hubiera ayudado mucho, que no existía en los rojos. Pero lo bueno de no haber consultado los tomos azules de la Cuenta Pública, fue que yo me vi obligado a hacer mi propio análisis, y resultó ser más o menos lo que había hecho el gobierno, muy similar. Pero yo llegué a conclu­siones parecidas independientemente y con mis ajustes, porque ya había hecho el desglose de gasto no clasificado; los libros no desglosaban la categoría erogaciones adicionales.”
 
Finalmente, las diferencias en la presentación de las transcripciones editadas las han explicado los Wilkie con suficiencia en la Introducción a México visto en el siglo XX: “Lewis suprimió en la obra su parte en el diálogo, tal vez porque sus preguntas hayan tenido por objeto elicitar relatos pu­ramente personales y biográficos en lugar de incitar al debate intelectual, creando así una narración intensa de impacto novelesco. Por lo contrario, nuestras entrevistas con algunos de los miembros de la familia revolucionaria y sus contrarios tienen por objeto hacer un examen de la vida política, econó­mica y social desde 1910, haciendo así necesaria la inclusión de nuestra participación en estas conver­saciones de énfasis intelectual”.
 
Los siguientes comentarios de James Wilkie complementan y matizan en más de un sentido la anterior explica­ción:
 
“Todos los entrevistados nos decían que iban a escribir sus memorias. Unos cuantos sí las han escrito como Cosío Villegas, Marte R. Gómez, Silva Herzog y Salvador Abascal. No es costum­bre en Latinoamérica escribir memorias porque esto da la impresión de falta de humildad; en cambio la entrevista es otra cosa porque el líder parece humilde y educado si tiene la gentileza de responder a preguntas. 
 
En cuanto a las circunstancias para realizar la entrevista, es comprensible que los Wilkie estuvie­ran siempre dispuestos a proceder aún bajo condiciones incómodas, pero por supuesto, prefe­rían aquéllas que propiciaban la mayor explicitud y profundidad en las declaraciones. Recuerda Edna Monzón:
 
“A veces teníamos que hacer las entrevistas al final del día, como lo hicimos con Ezequiel Padi­lla. Nos colocábamos en una esquina de su inmensa biblioteca, en donde él daba rienda suelta a su imaginación y a sus recuerdos, hasta que quedábamos casi en la oscuridad, tan solo viendo la luz roja que indicaba el funcionamiento de la grabadora. Padilla habló sobre su actuación sola­mente hasta el año de 1940. No quiso hablar sobre las elecciones de 1946. Parecía no poder en­frentar este fracaso todavía. Así es que ahí terminamos la entrevista con él.”
 
Sin embargo, precisa James Wilkie: “La reflexión de Padilla acerca de su vida no fue muy pro­funda, no surgía de la tradición de Eu­ropa del Oeste y los Estado Unidos, de hablar de la vida personal y de las crisis para tratar de explicar, justificar y enseñar. La idea de que el líder tiene que enseñar a muchas generaciones a través de la autobiografía es algo nuevo en Latinoamérica.”
 
Aunque la atención de Oscar Lewis (1914-1970) se había concentrado en su proyecto de investi­gación póstumo en Cuba, tuvo oportunidad de conocer el libro de James W. Wilkie y de Edna Monzón, y de felicitarlos telefónicamente por la publicación. Cuando apareció México visto en el siglo XX, Lewis conducía el trabajo de campo. Su estancia en La Habana se extendió de febrero de 1969 a junio de 1970, dieciséis meses durante los cuales hizo varios viajes a Estados Unidos, con ineludibles escalas en la Ciudad de México, donde permanecía mientras salía un vuelo que lo llevara hacia la Isla. Seguramente durante sus días de espera leyó la obra de los Wilkie.
 
*
 
Como recapitulación, basta decir que a esta serie de libros la justifican dos razones: el interés por conocer la Historia reciente de México desde la relatividad y, si se quiere, la subjetividad inherente a las versiones individuales, y el valor intrínseco de los testimonios de Historia Oral de los diecisiete personajes que dialogaron con James Wilkie y Edna Monzón.
 
El interés de nuestra sociedad por las literaturas histórica y política ha crecido con el despertar de la conciencia ciudadana por la res pública. Así lo prueba la aparición de un creciente número de títulos, que con muy variable rigor histórico y metodológico hacen crónicas o cronologías, presentan opiniones y tes­timonios, analizan movimientos sociales o comportamientos de orga­nizaciones y personajes de la vida nacional. En las generaciones jóvenes predomina la inquietud por entender el presente, y ésta los conduce a leer la Historia. Cuando confrontan hechos y tes­timonios con el discurso oficial, aprenden a ser cautos, a no emitir fáciles juicios categóricos, a apreciar el valor relativo de las fuentes de información y a sacar conclusiones por cuenta propia.
 
Si conocemos las ventajas y las limitaciones de memorias y versiones de primera mano; si la educación sobre los medios informativos y la intencionalidad de algunas de sus formas de expre­sión —el reportaje, la crónica, la opi­nión— nos han avezado a tomar los mensajes que contienen bajo la reserva del análisis, el cotejo o la comprobación; si encontramos autoridad moral y cali­dad referencial en quienes ofrecieron su testimonio, seremos capaces de discernir cuánto aportan a nuestro conocimiento de la Histo­ria quienes se dispusieron a conversar poniendo en juego sus recuerdos, sus juicios, su intención de justificar las contradicciones y de explicarse a sí mismos.
 
 
 
Rafael Rodríguez Castañeda
 
Octubre de 1995

[1]. BIP Buró de Investigación Política. Vol. XXVII, Nº 29. pp. 155-162.

[2]. Ibid. Vol. XXVII Nº 30. 28 de julio de 1969, pp. 163-166.

[3]. Literalmente Five families, nombre que tuvo en inglés el libro que en México se publicó bajo el título de Antro­pología de la pobreza (Primera edición en inglés, Basic Books Inc., 1959; primera edición en español, FCE, 1961).

[4]. Durante el primer semestre de 1965 se desató un escándalo a raíz de una denuncia judicial presen­tada en la pgr contra Los hijos de Sánchez, (el libro, no los personajes; tampoco el autor), y la amplia cobertura que la prensa dio a la controversia que produjo este asunto desagradó profundamente a Díaz Ordaz, quien de esta manera vio eclipsada la publi­cidad a su flamante imagen de Presidente en los primeros meses de su mandato.

[5]. Wilkie, James W., The Mexican Revolution: Federal Expenditure and Social Change Since 1910, University of Cali­fornia Press, 1967. (La Revolución Mexicana. Gasto federal y cambio social. Primera edición en español, de la segunda en inglés, FCE. 1978).

Copyright © 2002 - 2009 PROFMEX. All rights reserved